Rafa Poverello (e)k Alana S. Portero(r)en La mala costumbre liburuaren kritika egin du
Irina
Irina tiene veinte años y comenzó, hace poco más de dos, con terapia hormonal antes de iniciar la transición. «No conozco a ninguna mujer trans de mi edad que tenga pareja», me dijo el Día del Orgullo. Quizá parezca un comentario baladí, pero no, no lo es; o que poco tiene que ver con Alana y su La mala costumbre, pero sí, sí tiene que ver.
No sabemos si la novela de Portero tiene amplios, ligeros o ningún componente autobiográfico (ella nunca ha despejado dudas e, incluso en alguna que otra entrevista, ha comentado que sus historias se basan en las experiencias de personas que conoce), pero no hace falta hilar muy fino para descubrir que hablar de lo que habla de una manera tan precisa, íntima y dolorosa, solo es posible habiendo experimentado en carne propia de mujer trans la discriminación, los prejuicios y la violencia (directa y estructural) …
Irina tiene veinte años y comenzó, hace poco más de dos, con terapia hormonal antes de iniciar la transición. «No conozco a ninguna mujer trans de mi edad que tenga pareja», me dijo el Día del Orgullo. Quizá parezca un comentario baladí, pero no, no lo es; o que poco tiene que ver con Alana y su La mala costumbre, pero sí, sí tiene que ver.
No sabemos si la novela de Portero tiene amplios, ligeros o ningún componente autobiográfico (ella nunca ha despejado dudas e, incluso en alguna que otra entrevista, ha comentado que sus historias se basan en las experiencias de personas que conoce), pero no hace falta hilar muy fino para descubrir que hablar de lo que habla de una manera tan precisa, íntima y dolorosa, solo es posible habiendo experimentado en carne propia de mujer trans la discriminación, los prejuicios y la violencia (directa y estructural) de una sociedad binaria, heteronormativa y de tradición moral judeo-cristiana, donde todo lo que no sea la monogamia y la postura del misionero tiene un cúmulo de personas ofendidas hasta el tuétano.
Y con esto, retomamos el punto de arranque de esta pequeña reflexión acerca de la novela de Portero, para lo que no está de más aportar unos datos de nada, prácticamente intrascendentes, sobre el colectivo LGTBIQ+ que hablan bien a las claras de por qué La mala costumbre es lúcida, luminosa, realista y terrible a partes iguales. Son del informe del año pasado de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea:
• El 45% de personas adolescentes de Europa entre 15 y 17 años sufre discriminación en su vida diaria por tratar de ser ellas mismas. • En España, el 12% de las personas del colectivo han sufrido agresiones físicas o sexuales. • En nuestro país, el 11% de adolescentes LGTBIQ+ pensaba siempre o a menudo en el suicidio. • También en España, el 66% de dichas personas han sido objeto de acoso por su orientación sexual o de género durante su etapa escolar.
«Todo el que alguna vez ha construido un nuevo cielo, encontró antes el poder para ello en su propio infierno», opinaba Nietzsche en La genealogía de la moral. La empatía es esa cualidad del ser humano que consigue que no haga falta bajar al infierno de las demás personas para ayudarlas a construir su cielo. Es lo que hace Portero, con dolor y con ternura, con vileza y con majestuosidad, con el dominio de diferentes formas de expresión. No es preciso ser gay, lesbiana, intersex, asexual, trans, queer, para sentir la precariedad, la angustia, el miedo, la rabia o la discriminación de la niña condenada a vivir en un cuerpo que no siente como suyo.
Todas las personas trans que conozco se han sentido identificadas con la novela de Portero. Irina no la ha leído, ni falta que le hace.